lunes, 14 de febrero de 2011

LAS NOCHES DE CABIRIA (LE NOTTI DI CABIRIA, 1957) de Federico Fellini


Dice Aristóteles en su Ética a Nicómaco que el fin último de los actos humanos es la felicidad. Para ilustrar este pensamiento, se servía de la famosa metáfora del arquero que busca acertar en el blanco. La protagonista de esta historia, una prostituta llamada Cabiria (Giulietta Masina), es el arquero que usa Federico Fellini para contarnos un hermoso y demoledor relato sobre la búsqueda de la felicidad.

La película nos acerca a la dura realidad del extrarradio romano en el que viven unos personajes que aceptan su condición de marginales, con la excepción de Cabiria. Tras los duros golpes que va recibiendo de la vida que le ha tocado en suerte, sus compañeras de profesión le piden que se resigne, ya que les ha tocado perder. Pero Cabiria se resiste a ser infeliz, y aunque peque de ingenua y soñadora, no se rinde porque su gran sueño es casarse y dejar la calle. Se consuela mientras tanto en la religión, un tema que le gustaba mucho a Fellini y muy característico del neorreralismo, movimiento cinematográfico del que la película bebe.


Giulietta Masina borda su trabajo realizando un papel entrañable y tierno en el que su mirada, su sonrisa y sus graciosos movimientos corporales (similares a los de un cómico) nos informan del estado anímico de Cabiria. La que fue esposa de Federico Fellini nos regaló para los anales de la historia otras interpretaciones inolvidables también bajo órdenes de su marido: basten como ejemplos La strada (1954) o Giulietta de los espíritus (1965). 

La película pertenece a la que podría considerarse como etapa neorrealista de Fellini, donde nos acerca a las distintas miserias de la gente humilde que pasa calamidades y sueñan con una vida mejor. Lejos está la película que nos ocupa de films como Ocho y medio (1963) o Amarcord (1973), donde Fellini adquirió un universo absolutamente personal cercano al surrealismo y a la experiencia subjetiva como forma de expresión artística, donde el clasicismo narrativo era fulminado en pos de un cine más vanguardista. Pero tanta era su grandeza que bordaba tanto un estilo como otro, estando igual de cómodo en ambos.


Película dura  y hermosa al mismo tiempo tiene su mejor momento, en nuestra opinión, en el desenlace. La grandeza de sus planos, la tensión y la situación que recrea recuerdan mucho a Amanecer (F. W. Murnau, 1927), aunque en esta ocasión el discurso felliniano consigue que la desolación sea fusionada con la poesía y el optimismo. La música de Nino Rota, compositor sin el cual su carrera no sería la misma, es fundamental. Dicho final se asemeja bastante al de Tiempos modernos (Charles Chaplin, 1936), y es que de sobra es conocida la admiración que Fellini sentía por Chaplin. No es de extrañar que la secuencia sea prodigiosa porque Fellini era un maestro en eso de rematar la faena, es decir, en hacer finales redondos. ¿Más ejemplos? Todos los personajes bailando alrededor del cohete al final de Ocho y medio. Qué maestría. 

EDUARDO M. MUÑOZ

2 comentarios:

Anónimo dijo...

HOmbre, pues ya te estaba tardando una crítica de Fellini... Antonio.

Eduardo Muñoz dijo...

Sí. Tengo pensado iniciar una serie de críticas del maestro italiano, como hicimos con Buñuel. Abrazos.